La capacidad de indignación en tiempos neoliberales

Por: Luis Gerardo Martínez García

En tiempos neoliberales, la capacidad de indignación se puso a prueba. Para ello, los gobiernos corruptos, la seguridad pública vulnerable, la crisis económica, la violación a los derechos indígenas, la invasión del espacio público, la represión a la libertad de pensamiento y los ataques a la educación pública contribuyen ferozmente para que el ciudadano pruebe su templanza frente a los atropellos e injusticias de los que tiene conocimiento. 

Es quizás la indiferencia ciudadana la peor expresión que da rumbo al conformismo. En el neoliberalismo la frase “no pasa nada” se consolida cada vez que se valida una acción que daña la integridad del ser. Entiéndase como una burla esa frase, más si pensamos que todo cambia y está en constante movimiento. Si a alguien le es indiferente la injusticia, estará en agonía su existencia hasta que deje de serlo.

Preocupa el individualismo: pensar sólo para sí mismo [mientras no me suceda a mí, no hay problema]. Al no pensar en la colectividad se descarta la posibilidad de compartir, colaborar y participar. La socialización de los problemas no se está dando. El ser egoísta en los ciudadanos, los aísla cada vez más, y las causas justa por las que se tendría que luchar, se perciben como ajenas. Al pensar en los problemas comunes, propios y del otro, se tendrá condición de leer el entorno desde otras realidades que les serán comunes a los otros. Ser parte de los otros es tener identidad compartida, en la que caben coincidencias y discordancias como parte de ese proceso que construye las sociedades. 

El ciudadano se entiende social: piensa desde su filosofía y actúa desde su política sin aislamientos. Quienes se saben ciudadanos tienen claro que pertenecen a una pluralidad compartida, corresponsable de la ciudadanización que hace posible la existencia de un pueblo multidiverso: contrastante pero más justo. 

El indignarse conlleva el rechazo de aquello que no es digno. Indignarse es esa opción del ciudadano por inconformarse ante lo no justo. La indignación es la forma completa de la molestia que ve mal lo perverso. La indignación puede percibir lo turbio, lo violento, lo anti humano. Pero ¿esa capacidad de indignación dónde se aprende?; se aprende en la vida y se desarrolla conforme se presenten procesos cognitivos, físicos, culturales, sociales y políticos. Si la escuela forma consciencias, entonces es generadora de posibilidades educativas que desarrollan la capacidad de indignación en sus educandos (y en consecuencia, en sus educadores). La indignación también forma carácter en el ciudadano: puede defender así sus convicciones, creencias y saberes. 

La capacidad de indignación debe conservarse como uno de los tesoros del pensamiento humano, como la capacidad de imaginar, de crear, se soñar. Indignarse y pensar se complementan para crear momentos de resistencia que nunca podrá entender ni justificar el poder. 

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