Después de más de medio millón de muertes en todo el mundo, los científicos siguen sin saber exactamente con qué frecuencia mata el virus. Esta es la razón.
Por Donald G. McNeil Jr*
Más de seis meses después de que comenzó la pandemia, el coronavirus ha infectado a más de 11 millones de personas en todo el mundo y, de ellas, más de 525.000 han muerto. Sin embargo, a pesar del número creciente de víctimas, los científicos aún no tienen la respuesta definitiva de una de las preguntas más fundamentales sobre el virus: ¿qué tan letal es?
Un cálculo sólido podría ayudar a los gobiernos a predecir cuántas muertes ocurrirían si el virus se propagara sin control. La cifra, generalmente conocida como índice de mortalidad por infección (IFR, por su sigla en inglés), podría decirles a los funcionarios de salud qué esperar conforme se propaga la pandemia en países densamente poblados como Brasil, Nigeria e India.
En países aún más pobres, donde las amenazas letales como el sarampión y la malaria son constantes y las decisiones presupuestarias difíciles son parte de la rutina, esta cifra podría ayudar a los funcionarios a decidir si gastan más dinero en concentradores de oxígeno o respiradores, o en vacunas de sarampión y redes para mosquitos.
La cuestión se volvió aún más compleja el mes pasado, cuando los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades lanzaron datos que sugieren que, por cada infección documentada en Estados Unidos, había en promedio diez casos no registrados, quizá debido a que eran muy leves o asintomáticos.
Si hay muchas más infecciones asintomáticas de lo que se pensaba, entonces el virus quizá sea menos letal de lo que hasta ahora ha parecido. No obstante, incluso ese cálculo es complicado.
El jueves 2 de julio, después de que la Organización Mundial de la Salud sostuvo una reunión de dos días en línea con 1300 científicos de todo el mundo, la directora científica de la agencia, Soumya Swaminathan, señaló que el consenso por ahora era que el IFR es de casi un 0,6 por ciento, lo cual significa que el riesgo de muerte es de menos de uno por ciento.
Aunque no lo señaló, el 0,6 por ciento de la población del mundo es igual a 47 millones de personas, y el 0,6 por ciento de la población estadounidense equivale a dos millones de personas. El virus sigue siendo una gran amenaza.
Actualmente, los países tienen muy distintos índices de mortalidad por caso, o IMC, el cual mide las muertes de pacientes que tuvieron COVID-19. En la mayoría de los casos, ese número es más alto en los países que más tiempo han tenido el virus.
De acuerdo con los datos reunidos por The New York Times, China había reportado 90.294 casos hasta el viernes y 4634 muertes, con un IMC del 5 por ciento. Estados Unidos se ha acercado mucho a esa marca. Ha tenido 2.811.447 casos y 129.403 muertes, con un IMC de alrededor del 4,6 por ciento.
Esos porcentajes son índices mucho más altos que el índice de letalidad del 2,5 por ciento a menudo relacionado con la pandemia de gripe de 1918. Aun así, es difícil medir los índices de letalidad durante las pandemias, especialmente al inicio.
Durante el caos que ocurre cuando un nuevo virus afecta severamente una ciudad, miles de personas quizá mueran y sean sepultadas sin que les hagan una prueba y, claro, sin que a todos les hagan autopsia.
Jamás está totalmente claro cuántos han muerto a causa del virus y cuántos murieron de paro cardíaco, derrame cerebral u otras enfermedades. Eso ha ocurrido tanto en la ciudad de Nueva York como en Wuhan, China, donde comenzaron los brotes.
Normalmente, en cuanto pasa el caos, se hacen más pruebas y se detectan más casos leves y, debido a que aumenta el denominador de la fracción, disminuyen los índices de letalidad. Sin embargo, los resultados no siempre son constantes ni predecibles.
Diez países grandes, la mayoría de ellos de Europa occidental, han hecho pruebas a porcentajes más grandes de su población que Estados Unidos, de acuerdo con Worldometer, que recopila estadísticas. Se trata de Islandia, Dinamarca, España, Portugal, Bélgica, Irlanda, Italia, el Reino Unido, Israel y Nueva Zelanda.
Sin embargo, sus índices de mortalidad por caso varían mucho. El de Islandia es de menos del 1 por ciento y los de Nueva Zelanda e Israel son de menos del 2 por ciento. El de Bélgica, en comparación, es del 16 por ciento y los de Italia y el Reino Unido, del 14 por ciento.
Ambas cifras —el índice de mortalidad por infección y el índice de mortalidad por caso— pueden diferir bastante según el país.
Hasta ahora, en la mayoría de los países, alrededor del 20 por ciento de todos los pacientes confirmados de COVID-19 se enferman lo suficiente para necesitar oxígeno suplementario o incluso cuidados hospitalarios más avanzados, dijo Janet Diaz, dirigente de cuidados clínicos del programa de emergencias de la OMS.
El que esos pacientes sobrevivan depende de una serie de factores, incluyendo la edad, las enfermedades subyacentes y el nivel de atención médica disponible.
Se espera que los índices de muertes sean más bajos en países con poblaciones más jóvenes y menos obesidad, que suelen ser los países más pobres. En cambio, se considera que las cifras deben ser más altas en países donde no hay tanques de oxígeno, respiradores ni máquinas de diálisis y donde muchas personas viven lejos de los hospitales. Esos también suelen ser los países más pobres.
La OMS y varias beneficencias están esforzándose para comprar equipo de oxígeno para los países pobres y de ingresos medios en los que se está propagando el coronavirus.
Y ahora, nuevos factores se están introduciendo en la ecuación. Por ejemplo, nuevas pruebas de que es más probable que las personas con tipo de sangre A se enfermen de gravedad podrían cambiar los cálculos de riesgo. El tipo de sangre A es relativamente poco común en África occidental y en el sur de Asia, y mucho menos común en los pueblos indígenas de Sudamérica.
Antes de la reunión de la semana pasada, la OMS no tenía un cálculo oficial del IFR, dijo Oliver Morgan, director de información de emergencias sanitarias y evaluación de riesgos, en una entrevista a principios de junio.
En vez de esto, se apoyaba en una mezcla de datos enviados por países miembro y por grupos académicos, y en un metanálisis realizado en mayo por científicos de la Universidad de Wollongong y la Universidad James Cook en Australia.
Esos investigadores analizaron 267 estudios de más de una decena de países, y luego eligieron los 25 que consideraron más precisos, comprobaron su precisión y sacaron un promedio con los datos. Concluyeron que el IFR era del 0,64 por ciento.
Los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades se basan en una “tasa de letalidad sintomática” que “no es necesariamente el número de muertes reportadas por casos reportados”. La mejor estimación para Estados Unidos es de 0,4 por ciento, de acuerdo con un conjunto de escenarios de planeación emitidos a finales de mayo.
La agencia no respondió a las solicitudes para explicar cómo calculó esa cifra o por qué era mucho más baja que el cálculo de la OMS. Como referencia, el 0,4 por ciento de la población estadounidense son 1,3 millones de personas.
Los 25 estudios que los investigadores australianos consideraron más precisos se basaron en varias metodologías. Un informe, por ejemplo, se basó en pruebas RCP diagnósticas de todos los pasajeros y la tripulación a bordo del Diamond Princess, el crucero que atracó en Japón después de que lo invadió el coronavirus. Otro estudio recogió datos de un examen de anticuerpos de 38.000 españoles, mientras que otro incluyó solo a 1104 suecos.
El cálculo actual de la OMS se basa en estudios posteriores más amplios de cuántas personas tienen anticuerpos en la sangre; próximos estudios quizá refinen aún más la cifra, dijo Swaminathan.
No obstante, hay “mucha incertidumbre” en torno a cuántos portadores asintomáticos hay, dijo Morgan, de la OMS.
Para llegar al nuevo estimado de los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades, los investigadores analizaron muestras de 11.933 personas en busca de anticuerpos para el coronavirus en seis regiones de Estados Unidos. Nueva York reportó 53.803 casos hasta el 1 de abril, pero el número real de infecciones fue 12 veces mayor, cerca de 642.000, calculó la agencia.
La prevalencia de la ciudad de Nueva York del 7 por ciento en el estudio de los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades fue muy inferior al 21 por ciento estimado en una encuesta estatal en abril. Pero ese número se basó en personas reclutadas en los supermercados, así que los resultados pueden haber sido sesgados hacia las personas que salen de compras durante una pandemia, a menudo los jóvenes, que se han visto menos afectados.
Los índices globales de letalidad aún podrían cambiar. Con una o dos excepciones, como Irán y Ecuador, la pandemia primero llegó países más adinerados en Asia, Europa occidental y Norteamérica, donde había atención médica avanzada disponible.
Ahora se está propagando de manera generalizada en India, Brasil, México, Nigeria y otros países donde millones están hacinados en barrios, los confinamientos han sido relativamente breves y los hospitales tienen pocos recursos.
Sin embargo, los índices de letalidad también podrían cambiar en los países del norte conforme se acerque el invierno. La mayor parte de la propagación del virus en Europa y en Norteamérica ha tenido lugar durante la época de clima templado o cálido en la primavera y el verano.
Muchos expertos temen que las infecciones y muertes se disparen en otoño conforme el clima más frío obligue a las personas a quedarse al interior, donde es más probable que se infecten entre sí. La disciplina respecto de usar cubrebocas y evitar respirar cerca de los demás será aún más importante en ese momento.
En cada una de las ocho pandemias de gripe que afectaron a Estados Unidos desde 1763, una primera ola relativamente suave —sin importar en qué época del año llegó— fue seguida por una ola más grande y mucho más letal unos meses después, señaló Michael T. Osterholm, director del Centro para Investigación y Política de Enfermedades Infecciosas de la Universidad de Minnesota.
Más de un tercio de todas las personas que murieron por la gripe española, que duró desde marzo de 1918 hasta finales de 1920, murieron en el corto período entre septiembre y diciembre de 1918, aproximadamente seis meses después de que una primera versión, relativamente leve, de lo que pudo haber sido el mismo virus apareció en el oeste de Kansas.
“Subiremos mucho más en los próximos 12 a 18 meses”, dijo Osterholm. Debido a que se trata de un coronavirus, no de influenza, es posible que no siga el mismo patrón, pero es “un transmisor mucho más eficiente que la influenza”.
*Donald G. McNeil Jr. es un reportero de ciencia que cubre las epidemias y enfermedades que aquejan a las personas en pobreza. Se unió a The New York Times en 1976 y ha reportado desde sesenta países. The new York times