Por: Mario Evaristo González Méndez
El texto que ahora te ofrezco, querido lector, es fruto de una brevísima indagación. Mirando el acontecer del mundo parece que no hay más que acostumbrarse a lo desquiciado del día a día. Aquí no expondré el tema del mal, tan antiguo y con tantos vericuetos como la historia del hombre y sus ideas. No voy a negar que lo he pensado, pero en este vaivén de ideas, llegó el punto de pensar en la familia; en las causas y efectos posibles relacionados con el mal y con el bien que nos plantan cara día a día.
Como se intuye, el tema desborda mis posibilidades y el espacio de que dispongo para escribir ahora. Así que me limitaré a exponer lo que considero un hallazgo, no por su novedad u originalidad, sino por el momento en que llega y el bien que puede hacer comprenderlo. Me refiero a lo que podría significar el hecho de ser padre (Papá o pá, en buen mexicano).
La palabra «padre» es antiquísima, tanto que los filólogos no han podido establecer con exactitud su origen lingüístico, sin embargo, hay cierto consenso en admitir que el término procede del latín pater / patris, que significa padre; esto, a su vez, viene del griego patér / patrós, que se traduce del mismo modo.
La filología histórica de esta palabra ubica al padre como el sacrificador, función de suma importancia en la comunidad humana primitiva. El padre no era tal por su acción de engendrar, sino por su función sacerdotal de ofrecer el sacrificio doméstico (domus=casa).
Para mejor comprensión, cabe decir que «sacrificio» viene del latín sacrum facere, que significa “hacer algo sagrado mediante un acto o acción sagrada”; el adjetivo sacrum viene del verbo latino sancire, que significa “consagrar”, “sancionar”, “hacer inviolable o invulnerable”. Y aquello que recibe esta cualidad se denominó «santo» es decir, algo que es separado, opuesto de algo que es común.
Así, podemos decir que el padre es aquél hombre con la facultad para hacer que su casa y lo que en ella hay o habita, sea sagrado, inviolable, invulnerable, es decir, santo.
Los hallazgos arqueológicos y antropológicos muestran los diversos modos en que estos sacrificios eran llevados a cabo, implicando la caza del animal o la recolección de los frutos que habían de ser la materia del sacrificio. Al considerar los peligros y dificultades que ello implicaba, es posible explicar que los hombres, por su corpulencia y mayor fuerza física, fueran quienes ejercieran esos oficios y, en consecuencia, quienes presidieran el sacrificio.
Por lo anterior, es posible concluir que un sentido más profundo de la paternidad se halla en el poder que ejercía el hombre como sacerdote al realizar el sacrificio que mantenía la santidad de lo que había en su casa, haciendo que fuera inviolable, invulnerable, separado, único.
Descubro razonable creer que la violencia y la injusticia que padecemos son consecuencia —no exclusiva, pero representativa— del abandono de aquella función paternal cuya autoridad se manifestaba en el servicio, el cuidado y la exclusividad.
Mucho tiene que ver con el problema la visión hedonista de la vida que corrompió el sentido de sacrificio identificándolo con el dolor y el sufrimiento vanos; y también con la limitada concepción materialista que caricaturiza la santidad, ignorando que ésta tiene sus posibilidades y sus efectos en la vida cotidiana.
Algún día seré padre y espero que, al volver sobre estas líneas, recuerde agradecido al buen hombre que ha sido mi padre; y me den fuerza ante las adversidades que cerquen mi servicio doméstico. Querido lector, deseo que estas líneas ayuden a disipar un poco la bruma de nuestro tiempo.