Los tres farsantes del gobierno mexicano

El gobierno mexicano es el reino de los farsantes (Título original).

Por: Carlos Loret de Mola A.

El primero se llama Jesús Seade. Fue a quien AMLO encargó, desde que ganó la elección presidencial, cerrar la renegociación del tratado comercial T-MEC con Estados Unidos y Canadá, que tenía casi terminada el equipo del entonces mandatario Enrique Peña Nieto.

Seade dejó en manos de los negociadores del gobierno anterior el cierre del acuerdo. Pero cuando quedó solo frente a los negociadores de Estados Unidos para lograr la ratificación del tratado, mostró su verdadero tamaño: dobló las manos por completo. Los empresarios mexicanos, a quienes debía proteger en la negociación comercial, se quejaron de que no tuvieron tiempo para revisarlo y que México quedó desprotegido ante posibles demandas de sus competidores. Algunos empresarios le apodaron el “doctor cede”.

Seade era el subsecretario para América del Norte de la Secretaría de Relaciones Exteriores, pero esa dependencia ya desapareció. En América del Norte está la relación más importante para México: Estados Unidos. Sin embargo, la Secretaría de la Función Pública (SFP) investigó al menos cinco viajes que realizó a Hong Kong en clase premier con cargo al erario, por al menos 865,000 pesos, porque ahí vive su familia, contraviniendo la política de austeridad que proclama AMLO. Los documentos de sus viajes a Asia fueron exhibidos en notas periodísticas. También se mostraron fotografías en las primeras filas de una pelea de box de Saúl “Canelo” Álvarez, en Las Vegas, a donde también viajó pagado por el presupuesto público, argumentando que estaba negociando el T-MEC.

Pese a las pruebas de las irregularidades, la SFP lo exoneró rápidamente el 6 de noviembre para que, cinco días después, el presidente pudiera entregarle la medalla Miguel Hidalgo, una alta condecoración oficial. “Es un honor estar con Obrador”, dijo Seade en su discurso, emulando el grito de guerra de los mítines en favor del mandatario.

El segundo gran farsante se llama Manuel Bartlett, director de la Comisión Federal de Electricidad. A pesar de que es considerado uno de los políticos más oscuros y corruptos de la historia de México, AMLO lo ha elevado al pedestal de los nacionalistas que defienden los recursos naturales de México, que se resisten a la privatización de la histórica industria energética mexicana. AMLO incluso presume que Bartlett logró renegociar para el país contratos “leoninos” de gasoductos con el que empresarios privados estaban “saqueando” a México. Bartlett decidió cancelar de tajo los contratos y la iniciativa privada estalló en cólera. Los inversionistas advirtieron de la pésima señal que sería mantener esta política, pero AMLO los conminó a negociar y tanto él como Bartlett terminaron diciendo que gracias a esta valiente renegociación, el pueblo mexicano se había ahorrado más de 4,500 millones de dólares. Fue una mentira: hicieron mal las cuentas. La renegociación de los gasoductos terminó costándole a los mexicanos 6,836 millones de dólares, según la Auditoría Superior de la Federación.

De Bartlett también documentamos que ocultó parte de su fortuna de su declaración patrimonial como funcionario, al omitir al menos 23 residencias y 12 empresas y, en apego al guion de la farsa, fue también exonerado por la SFP.

El tercer gran farsante se llama Hugo López-Gatell, el subsecretario de Prevención y Promoción de la Salud. AMLO lo presenta como el gran científico, como la conciencia sesuda que orienta la política pública para enfrentar al coronavirus. Tanto el presidente como el subsecretario presumen que su estrategia en la pandemia es un gran éxito: se basan en que los hospitales no se han saturado pero, entre otras cosas, eso se debe a que la gente no quiere hospitalizarse pues la tasa de mortalidad de los intubados en hospitales públicos es de 80%, y porque las muertes extrahospitalarias son muy altas.

Pero aunque el doctor López-Gatell dé conferencias casi diarias desde el inicio de la pandemia, donde trata con desdén a los interlocutores que lo cuestionan, los hechos lo aniquilan: dijo que en México habría cerca de 6,000 personas muertas por coronavirus. Cuando se rebasó esa cifra, corrigió: serían 35,000. Con ese aire de suficiencia tan suyo, se mofó de quienes decían que esa triste cifra alcanzaría los 60,000 y calificó a ese escenario como “muy catastrófico”.

En el conteo oficial, México está por llegar a las 100,000 muertes por COVID-19, y la cifra real podría alcanzar al menos 193,000 fallecimientos. México es el cuarto país del mundo con mayor número de muertes por esa causa. López-Gatell nunca supo decir cuándo era el pico de la pandemia, se resistió a instruir el aislamiento social y la suspensión de clases, sigue negándose a realizar pruebas masivas y ha sido ambiguo sobre el uso generalizado del cubrebocas pese a que los científicos señalen su efectividad, incluso para proteger a quien lo usa. Todo con el objetivo de jamás contradecir a su jefe, el presidente, quien en medio de la pandemia recomendaba a la gente seguir saliendo a restaurantes y centros comerciales, realizaba mítines y dice que el cubrebocas no se lo recomienda su doctor (o sea, López-Gatell).

Si la farsa de Seade pone a México vulnerable en términos económicos, si la farsa de Bartlett ya le costó millones al país, la farsa de López-Gatell está costando vidas. Pero el presidente, el gran productor de la farsa nacional, los sube al pedestal y los vuelve protagonistas de una supuesta gesta heroica que en realidad es un enjambre de mentiras. Artículo de washingtonpost.com